El baile siempre estuvo en mi vida, me he criado entre verbenas y karaokes porque mi familia tenía una orquesta y era tan divertido subirse al escenario para cantar y bailar, que no había mejor plan que jugar a hacer coreografías y actuaciones desde pequeña.

En la adolescencia, me apunté a clases de baile aprendiendo disciplinas como baile latino, contemporáneo, ballet, danza oriental o estilo urbano.

Esta disciplina de la danza, llamó a mi puerta a lo largo de los años, pero por miedo, inseguridad, contarme que quién era yo para hacer eso, y seguir al rebaño, no le quise abrir.

Hasta que un día, en el que estaba muy perdida por la frustración laboral, una ruptura de pareja, cero autoestima y por olvidarme de todo, me di esa oportunidad y volví a bailar. Fui muy muy muy feliz.

Habían pasado más de 15 años desde esa primera toma de contacto de nuevo con el baile.

Entonces me vi cambiando de rumbo, dejé una oposición y me puse a bailar.

Me había licenciado en historia del arte y gestión cultural amando profundamente mi carrera. Estaba preparando oposiciones y de pronto dejé en la mesa los apuntes de la pintura de El Greco y me puse los zapatos de baile.

La bachata tuvo la “bendita culpa”.